La Beata Alejandrina
LOS AÑOS DE SU JUVENTUD

 

Te amo tanto, tanto que, después de mi Madre Santísima y de mi Padre adoptivo San José,
no tendré en el Cielo otro santo que Yo pueda amar más que a ti.

Palabras de Jesús a Alejandrina. 13/11/1937

 

Si estas palabras de Jesús a la Beata Alejandrina se toman a la letra – y hay muchas otras con sentido elogioso, más o menos aproximado – ella es una singular figura de la santidad. Por eso, en el tiempo en que nos encontramos, en que la juventud se aparta tanto de la Iglesia, es conveniente meditar como fueron sus años de juventud.

Se podría objetar que ya todo está dicho, que los padres Mariano Pinho y Humberto Pasquale, que los señores Signorile y otros estudiosos ya investigaron cuanto había que investigar. Pero aún así vale la pena intentar varias cosas al respecto.

Los años de juventud de Alejandrina nos traen de prisa a la mente algunas palabras que evocan trazos que marcan su personalidad. Exuberancia, equilibrio psicológico y humano, integración en la vida parroquial, están sin duda en esos trazos.

La exuberancia se manifiesta en su deseo de ser muy activa. Es una rapaziña que prefiere andar sobre las paredes y a caminar por lo senderos. Que le gusta trepar a los árboles, que aprecia los juegos de fuerza, hasta con los niños, que desde muy pequeña se entrega al trabajo como un adulto.

Su equilibro se fortalece en una justa medida con sus actividades, en las relaciones con los demás, con los jóvenes de su edad, en sus juegos.

La integración en la escuela de la vida parroquial, a su vez, creemos que es un elemento decisivo, porque la fe de Alejandrina se ve en sus obras: enseña catecismo, canta en el coro y practica hermosas obras de caridad.

Desde una perspectiva humana ya se anunciaba una mujer destacada, y quizá eso sea lo que capta la atención de varios jóvenes que la abordan para empezar un noviazgo, hasta algunos están dispuestos a un compromiso matrimonial.

Pero los caminos que Dios le reserva parecen hasta irónicos: de niña hombruna y exuberante, está destinada a la “pena máxima” de 30 años en la prisión de una cama, paralítica, dentro del espacio de un pequeño cuarto; la joven esbelta y solicitada, va a entregar desmedidamente y con pasión su corazón, no a cualquier joven, sino a Jesús y a la Madrecita.

Camilo Castelo Branco empieza el Amor de Perdición con unas palabras sobre su

Héroe, condenado al destierro, que pueden muy bien ser evocadas a propósito de la tragedia que amenaza a Alejandrina desde los 14 años y que tiene el 14 de abril de 1925 un marco fundamental:

¡Dieciocho años! El arrebol dorado y escarlata de la mañana de mi vida! ¡Las lozanías de mi corazón que todavía no sueña en dar frutos, y que todo se embalsama con el perfume de las flores! ¡Dieciocho años! ¡El amor de esa edad! […] Y desterrado de la patria, del amor y de la familia!

En 1925, Alejandrina no tenía dieciocho sino veintiún años, no iba al destierro, pero veía caer una espesa cortina que se cerraba sobre sus legítimas esperanzas de mujer joven.

En Hija del Dolor, Madre del Amor, los Signoriles hicieron estas lúcidas observaciones:

Este incidente (el salto con todas sus secuelas), humanamente, es una tragedia que la torna impotente; pero desde el punto de vista divino es al contrario, Alejandrina es llamada para una misión de una fuerza extraordinaria, para la salvación de muchas almas. En realidad, Alejandrina se convierte en una de las más poderosas almas-víctimas que, siguen el camino indicado y antes vivido por Cristo, de esas almas que se inmolan por amor. Todo está en llevar el mal hacia el bien con la fuerza del amor. Alejandrina dice que quiere ser  «hija del dolor y madre del amor»:¡quiere conseguirlo en grado sumo!

Como se observa, ella va siendo preparada para la misión que la esperaba: a los doce años estaba a las puertas de la muerte, después viene la caída del árbol, y entre el salto de la ventana y el definitivo quedarse en la cama, pasan unos siete años. Y sobre todo va siendo conducida para una vida de intimidad con la Madrecita y con Jesús-Eucaristía, que han de ser sus amores definitivos.

Hay una fraternidad fundamental que hermana a los hombres y a las mujeres de todos los lugares y de todos los tiempos, y que naturalmente hermana también a los jóvenes. Ya hace más de un siglo que Alejandrina nació, en un ambiente rural, y con los predicamentos que ennoblecieron su vida, Alejandrina puede ser estímulo y ejemplo para la juventud de hoy, no importa que parezca que la juventud de hoy vive en las antípodas comparada con lo que vivió Alejandrina.

La juventud de hoy va pautando su comportamiento en la más viva actualidad, tan cosmopolita, que desconoce su propio país, de forma urbana, citadina, y viviendo en una ansia de «gozo». Pero esa juventud necesita reintegrarse en la vida parroquial, redescubrir la oración, la alegría sana, el gusto por la actividad. Precisa de un norte que le de sentido a su vida, que le proporcione la fuerza para luchar contra la corriente del laicismo y del hedonismo, que invite a la heroicidad. Y para esto, Alejandrina es un gran ejemplo.

En el ejemplo siguiente, que ella platica en su Autobiografía, Alejandrina es literalmente una niña hombruna, si bien joven, y tal, nos da fe un breve retrato que trazó de ella Gabriele Amorth, «una jovencita atrayente, con sus cabellos oscuros y largos, ojos también oscuros y muy vivos, y con una sonrisa luminosa»:

A mis dieciséis años, ya estaba enferma, fui a la casa de una vecina donde mi hermana estaba trabajando de costurera. Al encontrar una ropa de niño, me la vestí y me aparecí junto a mi hermana y a la dueña de la casa. Rieron hasta lo máximo. Y después me dice la dueña de la casa:

-         Mira, ve afuera de la casa, que mi esposo y mis hijos están podando las viñas que están encima de la entrada.

Yo pensé: ¡Me van a reconocer!, pero resolví ir. Los señores no me reconocieron y muy admirados, pararon de trabajar, para ver si conocían al caballero. De la ventana de la casa, mi hermana y la dueña de la casa se echaron a reír.

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