«¡ALEJANDRINA, QUIERO APRENDER CONTIGO!»
(14 - conclusión)

 

Junio de 2007

 

AMOR-DOLOR, DOLOR-AMOR: el dolor transfigurado

 

En esta Tierra, quien ama, sufre.

Toda alma sensible que ama no puede dejar de sonreír participando en las tribulaciones de sus seres queridos y contemplando el estado en que se encuentra la pobre humanidad.

 

Alejandrina afirma:

Amaba y, porque amaba, sufría. S (16-02-51)

¡Pero no siempre quien sufre sabe amar!

Y el dolor sin amor, a veces es incomprensible y lleva a la desesperación.

El verdadero cristiano aprende a soportar el dolor por amor, porque cree por Fe en el poder salvífico de su dolor, ofrecido en unión a los padecimientos de Cristo, que continúa en los siglos la Redención a través de los padecimientos de sus miembros.

Recordemos que en Fátima Nuestra Señora invitó a los tres pastorcitos a sufrir por la salvación de las almas. ¡Y con qué ímpetu de amor respondieron!

 

El Papa Juan Pablo II, en la encíclica “Salvifici doloris” escribió:

“Después que el hombre toma su cruz, uniéndose espiritualmente a la cruz de Cristo, se revela delante de él el sentido salvífico del sufrimiento.

El hombre no descubre este sentido en su nivel humano, sino en el nivel del sufrimiento de Cristo.

Al mismo tiempo, desde este nivel de Cristo, aquel sentido salvífico del sufrimiento desciende al nivel del hombre y se transforma, de algún modo, en su respuesta personal.

Y así el hombre encuentra en su sufrimiento la paz interior y por fin, la alegría espiritual”.

 

Debemos de tener bien presente que estas palabras no fueron escritas por quien habla en sentido abstracto del valor cristiano del sufrimiento, sino por quien lo ha experimentado.

Esta encíclica fue escrita en 1984, después de que Juan Pablo II había vivido los sufrimientos del atentado de 1981, agravados por muchos otros sufrimientos debidos a su papel de Jefe de la Iglesia Católica.

 

Jesús dice:

“Amar y sufrir, sufrir y amar: este es el secreto de la perfección, es el mayor medio de salvación.” S (26-12-52)

Recordemos cuando el Santo Padre Pío escribe a Anita de Jesús (Epistolario III, carta 4a, p. 67):

“El amor a la cruz fue siempre una señal distintiva de las almas elegidas.

Bien lo comprendió así nuestro seráfico Padre (S. Francisco) que sin el amor a la cruz no se puede sacar provecho en los caminos de la perfección cristiana”.

 

Nuestra Alejandrina, maestra del dolor y del amor, afirma:

Para soportar el dolor

Tiene que consumirse dentro del amor.

S (26-08-55)

 

El amor de Jesús

 

Jesús me espera con los brazos abiertos para recibirme, me espera lleno de sonrisas y de amor. Quiere poseerme, quiere abrasar mi frialdad en la hornilla de su Corazón divino. S (26-07-45)

Jesús anda loquito por pedir amor a todos los corazones.

¡Qué tristeza, amar y no ser amado! ¡Amar y ser ofendido! S (06-06-42)

Jesús tiene a su divino Corazón en llamas: arde continuamente por nosotros.

¡Lo que es el amor de Jesús y lo que es la ingratitud de las almas!

¡Ah, si yo pudiese abrir mi corazón y mostrar al mundo las ternuras del amor divino!

Es el amor que obliga a olvidar el dolor. S (29-03-45)

Él ama cuando consuela y ama cuando hiere: es siempre amor, amor sin igual. S (26-12-52)

Cuanto más huía de Jesús (Alejandrina vive los sentimientos del pecador), más veía mi alma su divino Corazón siguiéndome, y mejor comprendió el amor con que Él me amaba. Cuanto más me ausentaba, más corría Él hacia mí para atraerme hacia sí, pero más lo hacía sufrir. S (02-02-51)

Experimenté en mí un amor (Alejandrina revive los sentimientos de Jesús y de la humanidad) y una fuerte ingratitud.

El amor era un amor inmenso: llenaba el Cielo y la Tierra, la ingratitud era tan grande y tan grave. Se oponía a ese amor, amor que, como una barquita firme y segura nadaba por encima de todo.

Percibí la ingratitud sin dejar de amar. S (13-07-45)

Jesús le dice a Alejandrina:

Jesús infundió en tu corazón el fuego ardiente de su divino Corazón: es fuego que ama, es fuego que consume.

Es el amor que Yo quiero, que Yo exijo que des a las almas. S (09-03-51)

El alma que ama irradia y deja transparentar dentro de sí la fuerza del amor con que ama. El fuego, cuando golpea, deja siempre las señales de haber quemado.

Ámame, déjate quemar, lleva las almas a mi fuego, a mi divino amor”. S (09-07-48)

 

Jesús se dirige a todos nosotros:

Vengan a Mí todos los que sufren y entre en mi divino Corazón.

Vengan a Mí todos los que ansían amarme y beban de esta fuente que no se agota.

Yo soy amor, amor, infinitamente amor y eternamente amor.

Vengan, vengan a Mí todos ustedes, consuelen ustedes también mi Corazón divino.

Díganme continuamente que Me amáis, pídanme constantemente mi amor.

Mi divino Corazón quiere darse, darse, quiere volar hasta todos los corazones.

¡Hija mía, mi querida hija, haz que Yo sea amado! S (14-03-52)

 

Es una exortación de Alejandrina:

¡Oh mundo, oh almas, cómo nos ama Jesús!

¡Amémoslo nosotros también!

Nuestro dolor no llega a ser nada, en comparación con su dolor:

Es un dolor infinito, un dolor de un Dios hecho hombre.

Amémoslo, amémoslo sin parar, amémoslo de noche y de día.

 

Mi corazón va como un pajarito perdido a mendigar amor, siempre amor para Jesús. S (03-05-53)

¡Dejémonos sacudir por la invitación de Alejandrina!

Empeñémonos en retribuir el amor de Jesús de tal modo que Él nos pueda decir también, como a Alejandrina:

 

 “Me amas cuando lloras, me amas cuando sonríes:
Me amas en el dolor y en la alegría.
Me amas en tu silencio o hablando.
Me amas en todo.
Día y noche, bajo el Cielo,
a cada momento,
con tus sufrimientos, con tu amor”.
S (21-03-47)

 

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