ESCRITOS DE LA BEATA ALEJANDRINA

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SENTIMIENTOS DEL ALMA 1944

 

20 de Julio 1944

¿Jesús, será posible que hable la muerte, que el corazón de un cadáver sienta nostalgias del Cielo y ansias, ansias de volar hacia Vos, loco, loco por esconderse, por perderse en la inmensidad de Vuestro divino Amor?

Jesús, es mi dolor el que habla, el que vive, es un dolor que nos habla, que vive, y en ese dolor se encierran todos los dolores.

Jesús, siento que mi cuerpo ya no es un cadáver en el cual los gusanos de la tierra aún no penetran, un cadáver que, después de algunos días de haber bajado al sepulcro, pudiese ser reconocido. No, mi Jesús, no, ni cenizas tengo, todo desapareció.

¡Dios mío, qué muerte la mía, que eternidad perdida! ¡Jesús, escucha, ten compasión, mira hacia mí, alégrate de mi dolor, es por Vos y por las almas! Aguanté con el peso que me causó la muerte, pero vé que sin Vos no resisto tanta nostalgia del Cielo y con tantas ansias de amaros no puedo estar aquí.

La noche no tiene estrellas, no hay sol. El dolor , el dolor, sólo tu vives, sólo tu vives, sólo tu vives, pero no amas, no amas a Jesús, no vives para Jesús.

Señor, escucha mi grito, qué llegue hasta Vos mi clamor. ¡Qué será de mí, Dios mío, que será de mí sin Vos!

¡Oh lucha, oh lucha, tremenda lucha!

Jesús, hace un año que terminó mi martirio en Foz (se refiere a la casa de salud donde fue verificado su ayuno): acabo de recordar esos cuarenta días que pasé allá. Jesús. ¿tienes en cuenta tan doloroso martirio? No regresé más a Foz, pero casi puedo decir que sufrí tanto como cuando estuve allá. Mi Jesús, hiciste que todo se renovase: mi sangre se iba desparramando gota a gota por el suelo, reviví todo, Jesús. Toma en cuenta mi dolor y por las almas, cierra el infierno.

Haz que os ame y os haga amado: tengo hambre de daros al mundo entero.

Jesús mío, en los recuerdos de alimentarme, no soy yo, no es mi cuerpo el que siente hambre y sed, pues yo ya no existo, pero es un corazón, es un alma, como si fuera la mía, que siente esa hambre y esa sed.Oíste, mi Jesús, que este tan duro penar me obligó a decir: daba todo, daba el mundo, daba la vida, si fuese posible, sólo por un pequeñito alimento.

¡Qué ansias, qué ansias, mi Jesús, de poseer todo, para darte todo! Estoy loca, loca, Jesús, quiero amarte, quiero darte almas.

Jesús, después de todo esto, no sé que es el dolor, no sé que es el sufrir, todo lo desconozco, nada me pertenece. Dirige tus divinas miradas hacia mí, que quiero fijar mis ojos para siempre en Vos. Jesús, ten piedad.

27 de Julio

¡Tinieblas de la noche, horrores de muerte!

Jesús, continúa el grito de dolor, escucha, es él el que llora, grita por Vuestro socorro. Jesús, es el dolor que siente dolor, es el dolor que no tiene otra vida que no sea el dolor: Todo más, mi Jesús, todo más bajó al sepulcro, pasó a la eternidad. No veo la luz, me parece, Jesús mío, que nunca conocí la luz, no sé que es la luz de la luna, el brillo del sol, ni el cintilar de las estrellas. No sé que es vida ni el amor de Jesús.

¿Dios mío, cómo puede ser este estado que tiene vida y tiene corazón que siente, ¿y que siénte él? Siente que fue rasgado y traspasado por una dura lanza, siente que no puede ser más herido, siente que después de estar así tan maltratado que aún hay corazones que le clavan con otra dura lanza haciendo temblar a la Madrecita de los Dolores. ¡Gran crueldad e ingratitud! ¿¡Y lo que he sido es para Vos y para la Madrecita?!

Pero, aún más, mi dolor tiene ojos que lloran lágrimas de sangre y lloran continuamente en la mayor de las amarguras, tiene pies, tiene manos para ser crucificadas, tiene cabeza para ser coronada de espinas hasta penetrar en los oídos, invadiendo de dolor todo el cuerpo.

Jesús, estoy en un sobresalto, no sé lo que representa mi dolor. ¡Ay, qué horror, todo es tempestad, amenazas, oigo sumbar los vientos, los ecos de los truenos terribles, amenazas de destrucción. Todo huye despavorido y estoy sola en medio del mar, sin barco, sin dirección y sin luz, lista a hundirme para siempre en el abismo del mar.

¡Horror! ¡Horror! La tempestad rasga las nubes, el Cielo se abre e irrumpe contra la tierra. Mi Dios, mi Dios, ¿qué es lo que me espera?

Me entrego en Vuestros santísimos brazos.

1 de Agosto

Jesús, escucha a mi dolor casi moribundo, ¡Duro golpe le fue dado!

¡Dolor, dolor que matas al dolor, dolor que sólo por Jesús puede ser conocido!

Con los ojos en Vos, Jesús, las calumnias, las humillaciones, los desprecios, los odios, el olvido tiene la dulzura de Vuestro amor. Venga todo, Jesús, venga todo lo que Vos aprobéis.

Muera mi nombre, así como siento que murió mi cuerpo y mi alma, para que viva Vuestro divino Amor en los corazones y Vuestra gracia en las almas. Mi Amado, por Vos me dejo inmolar. ¿Pero, cómo resistir tanto? Jesús, mira hacia este corazón que revienta, se deshace en dolor, no puede con tanto si no vienes en mi auxilio.

¡Ven, ven Oh Jesús! ¡Socorro, socorro, Jesús! Quieren privarme de todo, hasta me amenazan de que me quede sin recibirte, prohibiendo al párroco venir junto a mí a no ser en peligro de mi vida, esto en caso de que yo desobedezca.

Obedezco, obedezco mi Jeús, como a vuestra divina gracia. ¡Oh santa obediencia, cómo te amo, por Jesús y por las almas!

Me lanzaron al público sin mi consentimiento, nada supe, y ahora, Jesús mío, quieren, a costa de mi dolor, aplacar las penas que el viento tan furioso desparramó. ¿Cómo, Jesús, cómo?

Ay, nunca más, mi Jesús, nunca más.¡Oh, quién me diera vivir escondida, ay, quien me diera amaros como tanto deseo, ser vuestra, mi Jesús, a más no poder, pero perdona, Jesús, perdóname: sin tener una vida así!

¡Ay, cuántos que nada en esta vida conocen y son santos, y yo, mi Jesús, llena de miserias!

¡Oh, qué nostalgia de los años que se han ido! Tantos coloquios tuve contigo y sin que nada se supiese. Daba vidas, mi Jesús, daba mundos por vivir escondida.

Perdón, Jesús, por querer, no tengo voluntad.

Dios mío, si supiese que con mi sufrimiento Vuestro consuelo era completo. Si pudiese vivir encerrada en este cuartito, siendo Vos, mi Jesús, y estas pobres paredes los testigos de mis dolores, sin que los míos y todos los que me son queridos pudiesen recordar que yo vivía aquí y que en día alguno de la vida he vivido en compañía de ellos, entonces ya no sufriría. Pero veo que quien sufre más es Vuestro divino Corazón, y que los que me son queridos sufren conmigo, no pueden olvidarme: entonces hazme sufrir más a no poder.

¡Cuántas veces no puedo contener las lágrimas, ciega de dolor!

Me viene este pensamiento: es más perfecto no llorar, Jesús queda más contento. Dirijo mi mirada en el Crucificado, levanto mis ojos al Cielo y quedó por algún tiempo contemplando a Jesús y después las lágrimas, que me parecía que no iban a tener fin, destacan: siento una vida nueva.

Jesús mío, ¡qué lucha tan tremenda! ¡Ay de mí sin Vos! Jesús, Madrecita, valédme: soy vuestra víctima, Santa Teresita, Santa Gema, San José y los santos más queridos, valédme. Cielo, Cielo, cuento contigo.

Nunca, Jesús mío, me dejes descansar, nunca dejes que paren mis labios de repetir siempre: Os amo, soy Vuestra víctima.

Dénme los hombres la sentencia que quisieren, no importa. Jesús, dame la sentencia de vencer en mí y de amaros y daros almas.

Jesús, no veo ni pasado ni presente, veo sólo el futuro, veo a mi sangre correr por entre las espinas, en una noche tremenda y oscura va mi dolor que tiene vida y camina por entre ella, se baña y ensopa en ella.

Dios mío, qué tormento, no se decir lo que siento: sufro y el dolor desaparece a medida que voy sufriendo. Nada me pertenece, Jesús, muero de dolor y tengo más sed de más dolor.

¡Jesús sólo Vos me comprendéis: tengo hambre, tengo sed, muero, muero, mi Jesús!

10 de Agosto

Jesús, miro para un lado, miro para el otro y no veo a nadie, temo y tiemblo, ¡ay, que pavor!. No cesa la lucha, veo por entre la oscuridad y mi sangre corre y el dolor casi moribundo sigue su camino. Sangre y dolor, muerte y eternidad.

Escucha, Jesús, oye, Madrecita, es un dolor agonizante, no hay quien se compadezca de mi dolor. Mira, Jesús, mírame, véme ensopada en sangre.

Jesús, Jesús, no me dejes sin recibirte: perder todo, pero comulgar; perder todo, pero poseéros.

al oír allá afuera risas como de quien goza de una gran alegría, sin querer, casi sentía nostalgia de gozar también de esa alegría.

¡Dios mío, que vida tan mal comprendida! Si no fuese por el amor de Jesús, si no fuese por las almas, no estaría sujeta a los juicios de los hombres, no tendría que obedecerlos.

Estos pensamientos pasaban rápidos como un relámpago. Y me sentía obligada a cambiar todas las alegrías por el amor de Jesús, Jesús es digno de todo. ¡Las almas, las almas!

Este pensamiento vibró dentro de mí, ascendió con unos deseos más firmes de caminar entre espinas, bañada en sangre, sólo en sangre. Me dió un conocimiento claro de qué es Jesús y de qué es el mundo.

Dios mío, me levanto para también caer. La lucha continúa. Siento nostalgia de mi crucifixión de los viernes, pero tengo horror a los éxtasis. Temo a los viernes, temo los primeros sábados, temo cualquier día u hora, Jesús mío, en que Vos os dignáis hablarme.

¿No será esto perfecto? Tener pena, tenerla. Temo mi flaqueza, temo vacilar, me horroriza el sufrimiento, pero confío en Vos. Mi querer es Vuestro, sólo Vuestro, mi Jesús.

¿Qué estoy haciendo aquí? No permitas que sea la desgracia de las almas. Me preocupa tanto decir que sólo ciertas cosas son necesarias para la tranquilidad de las almas.

Jesús, espero en Vos, confío en Vos, tranquiliza a mi pobre alma.

Pasaron algunas horas, era muy noche. Todo en casa estaba en descanso, sólo mi dolor, mi tremenda lucha continuaba. Vino de repente Jesús, me estrechó en llamas de amor.

— Dame a tu mano, hija mía. ¿No te prometí levantarte de tu desfallecimiento? Ve a los brazos de tu Madrecita, ven a tomar consuelo.

Me sentí en los brazos de la Madrecita y como una criatura lancé mis brazos a su cuello. Ella me apretó dulcemente y me acarició cubriendo mi rostro de besos. No sé si realmente lloraba, pero sentía que lloraba. Ella limpiaba mis lágrimas con su santísimo manto y me decía:

— No llores, consuela conmigo a tu y mi Jesús. ¡Es tan ofendido! Anda, ven, toma valor.

Y Jesús a mi lado, me decía:

— Hija mía, tu dolor, tu martirio, arranca de las garras de Satanás a las almas que con tanto furor me robó. El infiermo está cerrado, él rabia. Valor: Pasa la tempestad. Recibe la gracia, recibe el amor y la luz del divino Espíritu Santo.

Y sobre un trono riquísimo vi al divino Espíritu Santo en forma de paloma, dejando caer sobre mí, desde lo alto donde estaba, rayos dorados y una especie de tiritas de varios colores y llenas de brillo. Todo esto era bello y luminoso, quedé más fuerte. Poco después, con una dulce paz, me adormecí.