ESCRITOS DE LA BEATA ALEJANDRINA
— 14 —

 

3 de Abril de 1942

 

Viernes Santo, a las 11.30 horas

― “¡No temas, hija mía, ya no serás más crucificada! La crucifixión que tienes es la más dolorosa que se puede imaginar en la historia. Te voy a llevar conmigo al Cielo, vas conmigo directamente con tu Madre querida.

Dile a tu Padrecito: Inmediatamente después de tu muerte voy a dar la paz en señal de que quiero la consagración del mundo a mi Madre Bendita, consagración tantas veces pronunciada por ti, pero antes se han de cumplir mis deseos y mi divina promesa”.

El Sábado de Gloria, después de comulgar, a las 6 de la tarde, le habló así Nuestro Señor:

― “Valor, hija mía, Jesús está contigo y lo estará hasta el fin. ¡Has sido fiel en recibir mis gracias y mi amor! Yo seré fiel en distribuir mi amor con toda abundancia. Amo a tu Padrecito, amo al médico que con tanto amor te acompaña. ¡Valor! ¡Un poco más! Bien poco durará la batalla! Tu Madrecita querida viene a tu encuentro y te acompaña al Paraíso, así como vendrá al encuentro de tu Padrecito y del doctor y los acompañará al Paraíso. Es el premio, es la recompensa que les doy”.

Desde el Viernes Santo empecé a sentirme muerta en el calvario, en medio de las mayores tinieblas y abandono. Caían sobre mí todos los leones. No dieron sepultura a mi cuerpo, venían las aves nocturnas y a pesar de las negras tinieblas, venían a comer mi cuerpo. Quedé siempre en este sufrimiento y ahora siento que esas aves entierran su pico en mis huesos y reducen todo a cenizas.

La cruz donde fui clavada cayó por tierra, pero todavía siento una parte de mi cuerpo presa por los clavos. Ahora esas aves aún tienen mucho que escarbar en mi cuerpo que no tiene vida ninguna de la tierra, apenas mi corazón siente una vida que no es humana, es vida divina; esa vida divina le da sangre y siento a la humanidad entera beber esa vida divina como si fuesen avecillas. Ahora siento que sólo después de que esas aves nocturnas reducen mis huesos a cenizas es que podré partir.

Y ahora es cuando nunca más me siento en la cruz: es siempre el sufrimiento el que dice todo. Y nunca es menos doloroso.

Siento como los leones se aprovechan más y más de la carne, carne que ya está podrida, asquerosa, y las aves meten sus grandes picos en mis huesos y como si sus picos fueran una broca los perforan. No comprenderían cuanto sufro, ni yo misma lo sé explicar.

Dejarán a mi almita en medio de la montaña a merced de la mayor tempestad, negra, tristísima, árida; así me dejaron en el abandono. ¡Cayeron sobre mí todos los leones! ¡cómo es triste la ingratitud de los hombres!...

El día que vi a mi Padrecito mi alma se sintió confortada, pero después que él se retiró, me sentí como si fuera olvidada por él y de la Santa Misa de que había tenido tanta nostalgia. Ni me lo darán ni me lo prestarán: vino como si hubiera huido.

Todo esto murió conmigo en el calvario, excepto cuando Nuestro Señor me da milagrosamente mi consuelo, y esto acontece algunas veces al día.

Del 13 al 14 de abril, durante la noche, sentí la presencia de angelito de la guarda. Quería aliviarme, levantar mi cuerpo para suavizar tanto dolor.

Del 14 al 15 de abril, él, el demonio, también estuvo aquí. Aquellas negras sombras que yo veía cuando tenía las cosas del demonio, andaban esta noche, abajo y arriba.

El día 16, hoy, siento que las aves ya no vienen acá abajo, en el vientre, arriba tienen más que escarbar (en los huesos). Ahora siento que las aves vienen al tronco, que está transformado en cenizas y las revuelven esperando encontrar alguna cosa que comer.

Como nada encontraran, van hacia el vientre y se juntan con muchas otras que ya están enterrando sus picos hasta ocultar sus cabezas.

Los miedos que sintiera en la crucifixión se transformaron en nostalgia. ¡Cuánto no había de costarle a Nuestro Señor estar con su santísimo Cuerpo en la Cruz si a mí me cuesta tanto estar acostada en esta cama!

Le dijeron: “Pero Nuestro Señor estuvo solamente tres horas, y tú estás así ya hace mucho tiempo!” Y ella respondió: “Nuestro Señor lo tenía todo herido y lo mío no lo está.

Había sentido tantas nostalgias por la crucifixión que recordaba que sólo se aprecia algo después de que se pierde. Si lo tuviese ahora, lo abrazaría en un abrazo eterno, sintiendo que nunca más desligaba mis brazos y quedaba así eternamente. Recordaba: ¡si fuese ahora, como amaría la pasión y los tormentos de Nuestro Señor! Pensaba en mandar a buscar la ropa que usaba en la crucifixión, para verla, para besarla y abrazarla. Al ver la alfombrita sobre la cual pasaba los momentos de la pasión, dice: ― ¡Déjame besar esa alfombra!

Y la besó.

La noche del 19 al 20 de abril, la Madrecita vino por dos veces junto a mí y las dos veces me acarició.

Al preguntarle si era linda, dice: “¡Era bella! ¡Oh, como era bella! ¡¿ Cómo no he de querer ir al Cielo para verla eternamente?!...”

 “¿Cómo iba vestida?  ― “Era luz, luz, la luz más brillante; vestía mantos de colores”.

Nunca pensé poder tener tantas agonías en el alma. Siento que eran lo bastante como para quitarme la vida, si Jesús no me sostuviese.

Me parecía que mi Padrecito sufría mucho y no me engañé. Días después, supe lo sucedido. Mis sufrimientos se doblaron. Esta vida divina que siento tener en mi corazón lo levanta a lo alto, cada vez más alto, para así recibir los últimos golpes. Es herido por todos lados, Me pinchan en todos los sentidos.

Las aves ya se comieron casi todo el vientre, ya las siento por los riñones. Mi cuerpo ya casi ni cenizas tiene. Me llevaron a la más alta montaña y los vientos desparramaron las cenizas y fue en la mayor oscuridad que oí una especie de toque para reunir a todas las aves y entonces se posaron en mi cuerpo. Ahora van en las ancas. Puedo decir: mi alma está triste hasta la muerte, tan triste está que no hay nada en el mundo que la pueda alegrar. La cruz donde fui crucificada no existe, ya no siento mis pies apresados por los clavos.

Siento a mi alma como si fuese un cuerpo apresado de manos y pies, todo es oscuridad y donde no penetra la más pequeñita luz y donde no puede entrar las más pequeña bocanada de aire.

Me abandonó el Cielo y la tierra, ni mis cenizas respetan. Son los sentimientos de mi alma.

Ayer, la recibir la orden del Prelado para que fuera llevada para Coimbra a fin de ser observada por el doctor Elísio de Moura, me pasó por la mente: ¡Qué mal comprendido es el sufrimiento! Ciertamente sé que si experimentasen lo que pasa en mi cuerpo, cuando menos por unos momentos, no habaría en el mundo quien se atreviese a traerme al conocimiento de tal cosa. Con los ojos puestos en el Cielo, pude decir: sea todo por el amor de Jesús. Él es digno de todo. Las almas todo se merecen, porque costaron la Sangre de Jesús.

La agonía de mi alma se prolonga, se agrava más y más. Sólo el Cielo puede poner término a todo esto. Nuestro Señor me acepte todo y sea conmigo, porque sólo con él se puede vencer. ¡Qué amargura, qué amargura al no tener a mi Padrecito para mi consuelo y mi luz!

 

27 de Abril

 

Con toda mi confianza le pedía a Jesús morir en el primer viernes de mayo, para poder pasar el primer sábado en el Cielo. Al saber de todo el sufrimiento que pasó mi Padrecito para justificar su inocencia, ofrecí a Jesús, si eso fuese de su divino agrado, me diese más de trece días de vida y después ir a pasar el día de la Ascensión en el Cielo, sufriendo más tiempo para que Jesús así satisficiera mis pedidos.

Ese mismo día me dice Nuestro Señor:

― “Hija mía, dile a tu Padrecito que confíe plenamente en Mí. Mi divino Corazón es todopoderoso. Yo venzo y triunfo con Él. Yo lo amo y él nunca me ofendió”.

Un poco más tarde, Jesús volteó a decirme:

― “Dile al Sr. Padre Frutuoso que diga a tu Padrecito que Yo atiendo todo lo que me pide mi hijita y que tenga siempre en la mente que Yo tengo poder para mover el Cielo y la tierra”.