SENTIMIENTOS DEL ALMA 1944
2
de Octubre
Por dos
días pude respirar mejor: Jesús se dignó suavizar por algún tiempo
mis sufrimientos. Hoy me sobrecargó
más
con el peso amorosísimo de Su cruz. Me siento a las puertas de la
eternidad. Dos combates violentos del demonio me conducirán allá.
¡Oh
Dios mío, qué tremendo sufrimiento! Luché, luché, imploré el auxilio
de Jesús, de la Madrecita y de San José.
¡Jesús,
por Vuestra cruz, por Vuestro amor, ayúdame, no quiero ofenderte!
El
demonio me provocaba continuamente,me amenazaba con palabras feas y
aterradoras. Yo era un monstruo encabajo en otro monstruo mayor aún.
Con los ojos puestos en el crucifijo, decenas y decenas de veces
repetía: Jesús, soy Vuestra víctima.
Embravecido, pegaba en el piso y me decía:
-Peor para tí, anda. Dices que no quieres pecar, pero mira como
pecas.
Lloré
con grande dolor, al mismo tiempo le decía a Jesús: Acepta mis
lágrimas, quiero que cada una de ellas sea un mar inmenso de amor en
el cual yo pueda encerrar todos Vuestros sagrarios para que no
puedan ser más heridos y atacados por Vuestros hijos. El primer
combate se lo ofrecí a Jesús por un sacerdote en gran peligro y el
segundo se lo ofrecí por todos los sacerdotes.
La
furia del demonio era aterradora. Me parecía estar envuelta en una
densa bruma de tinieblas que casi no me dejaba ver. Oh mi Jesús, y
las dudas de haber pecado?! No podía recordar que estaba en
presencia de Dios, que lo tenía dentro de mí, en mi vida íntima con
Él. ¡Qué confusión tiene que haber visto, haber asistido a tan fea
escena!
Terminada la lucha, no podía ver ni oír nada, me sentía muerta, a la
puerta de la eternidad. Era de noche, vino Jesús.
― Hija
mía, entre ti y el demonio hay una gran distancia, en medio estoy
Yo. Son sus mañas, nada de lo que te pinta te pasó. está preso por
Mí. No lo dejo aproximarse a ti.
Valor,
mi amada, mi paloma bella. Eres mía, toda mía. Tu cuerpo es puro, es
inocente, es inmaculado para Mí.
Reviví
y pude tranquilizarme por algún tiempo.
3 de Octubre
Más
triste que la noche me preparé esta mañana para la visita de Jesús.
No sabía como poder recibirlo. Recordaba lo que había pasado y tenía
unos ardientes deseos de recibirlo que vibraban en mi alma, por otro
lado, un dolor y confusión inmensa me dejaba postrada.
¡Oh mi
Jesús, no tener un sacerdote que me diga que fue lo que pasó!
Vino mi
Jesús, me esforcé por amarlo y por decirle todas las cosas. Sólo
quería consolarlo y vivir para él. ¡Pobre de mí! Quedé fría, helada.
Iba caminando con mi pequeño ser, que es un poco de polvo deshecho,
listo a desaparecer, cubierto de otras cenizas, tantas cenizas, una
inmensidad de cenizas! Y este ser pequeñito sólo de largos en largos
días da señal de aún tener vida, va penetrando, va fundiéndose en
ese cementerio inmenso. Silencio profundo: todo es muerte, todo es
muerte.
Sin luz
y sin vida, me llegó a las manos una carta de quien tenía derecho de
decirme algunas cosas que me pudiesen aliviar. Me animé, hasta sentí
por algunos minutos una alegría que suavizó mi dolor y me dio
fuerzas para los grandes combates que iba a tener.
Vino el
demonio con sus artes mañosas. Me hablaba de lejos, pero me hablaba
escandalosamente. ¡Dios mío, ayúdame, -decía yo! Si Dios no me
ayuda, ¿quién lo hará? Renovaba mi oferta de víctima a Jesús, a lo
que el demonio me decía:
— Cada
vez es peor, más ofendes a Dios y más te he de combatir.
Gritaba
al Cielo, lloraba, recelosa de ofender a Jesús. Oía al malvado
escupir y lleno de rabia decir cosas horrorosas contra mí. -Pecas,
pecas, etc. -decía él. Vino Jesús, al final del último combate.
— Hija
mía, estoy en ti, siempre en ti, contigo, siempre contigo. No temas,
no consiento que Me ofendas, no puedo consentirlo, mi esposa y amada
mía. Tú eres la víctima, hijita, déjate inmolar por amor.
― Sí,
mi Jesús, pero mira, mi Amor, vence en mí. Ve que el malvado me deja
sin fuerzas para combatir. No me dejes, mi Jesús, no me dejes perder
la confianza en Ti.
― Confía, me dices que eres mía, me dices que me amas y eso me
basta.
Cuando
el demonio me decía que no se separaba de mí y que iba a ser atacada
fuertemente, fue de un momento para otro que me dejó.
Vino
Jesús y él huyó.
4 de Octubre
Durante
la noche fui atacada violentamente por el demonio. Con los ojos
levantados al Cielo, llamé a Jesús, llamé a la Madrecita, imploré
socorro. Oí del malvado lo que nunca dije ni pensé en mi vida. La
lucha fue tremenda. Me afirmó muchas veces que yo ofendía a Dios lo
más grave. Levanté los brazos hacia Jesús y la Madrecita, me parecía
que no era aceptada por Ellos. Con todo no dejé, cuanto me era
posible, de invocar sus santos Nombres. Sólo oía la voz maliciosa de
satanás.
Dije
entonces a Jesús:
― Me
coloco en el altar del sacrificio, me dejo inmolar por Vuestro amor
y por las almas, sea cual fuere la inmolación. Hice de cuenta de que
era mártir: de buena voluntad aceptaba el martirio, costase lo que
costase, fuese cual fuese el sufrimiento que Jesús aprobaba darme.
¡Dios
mío, no quiero pecar, no quiero ofenderos, mi Jesús!
Continuó la lucha y yo, ya sin fuerzas, me parecía que el demonio
hacía de mí lo que quería, consiguiendo todo cuanto deseaba y me
afirmaba. Oí una voz que me decía:
― Basta, basta, Satanás! Retírate para el infierno con tus artes
mañosas e infernales.
Ven
hija mía a mis brazos, descansa en mi Corazón.
Me
sentí en los brazos de Jesús y sentí que me hacía entrar en su
divino Corazón al mismo tiempo que oía a lo lejos al demonio aullar
y gritar desesperado. Y una gran paz me adormeció, encerrada en el
Corazón divino. Me atormentaba la idea de haber pecado y recelaba de
no poder recibir a Jesús por quien siempre suspiro; miraba hacia una
imagen de su divino Corazón que tengo al lado de mi cama y me
parecía que Él ya no miraba hacia mí.
¡Dios
mío, qué vida de dolor y de amargura! ¡Ay de mí! ¡No sé como puedo
vivir sin tener vida! Jesús mío, no permitas que deje de recibirte,
no consientas que te pierda por el pecado.
Tal
vez, media hora después de la venida de Jesús comenzaron los
combates que se repitieron por algunas veces durante el día. Sentía
que era tentada por quien me rodeaba. Temía y temo sea el demonio la
causa de que pierda la unión con Jesús. No puedo recordar que estoy
siempre en su divina presencia. No quiero separarme de Él, pero me
veo tan amenazada. Me siento aplastada y humillada en la presencia
de mi Jesús, de quien no me puedo separar. ¡Qué será de mí, mi
Jesús!
6 de Octubre
No
puedo mirar hacia Jesús, tengo verguenza de que él sepa mi vivir.
¿Qué será de mí, mi Dios? me siento obligada a dejar de recibirte.
El demonio continúa con sus ataques violentos. Me lanza al rostro
todo lo que hay de peor. Me dice que no es él, sino que soy yo la
que digo y hago todo.
― ¿Mira
como pecas y tienes el valor de comulgar?
Y más,
mucho más. ¡Dios mío, y yo he de vivir en Vuestra presencia! No
quiero separarme de Vos, ni quiero que desvíes de mí tu mirada. El
horror que me causan mis iniquidades me obligan a decir: montañas
caen sobre mí, escóndeme, escóndeme.
Mi
Jesús, ayer al terminar un tremendo combate, oí Vuestra dulce voz
que me animaba diciendo:
― No
pecas, hija mía, no pecas, me das una gran prueba de tu amor.
Anímate con las palabras de quien tiene derecho de animarte. Confía,
confía.
Después
me sentí otra, mi Jesús, pero por tan poco tiempo. Vino el demonio a
decirme todo lo que hay de más feo y a llevarme a dudar de Ti. Hoy
estaba asustadísima preparándome a recibirte. Sólo Vos, mi Jesús,
viste como fue dolorosa y triste mi preparación. Vuestra venida a mi
corazón hizo desaparecer todo y revivió para mí las ansias mayores y
deseos de amaros. Sentí paz, dulce paz por algún tiempo.
¡Bendito seas, Señor!
Deprisa
vino el dolor, esta muerte total que siento en mí.
Una
fuerza invisible me va arrastrando sin dar señal alguna de vida por
entre las cenizas de este cementerio inmenso. Voy bajando, voy a lo
más profundo, muy al fondo, llevada no sé por quién. Estoy muerta,
no tengo vida. Pero, ¡ah! bien lo sé: es Vuestro divino amor que me
lleva, sois Vos, son las almas, nada más.
¡Confío, Jesús, confío! |