ESCRITOS DE LA BEATA ALEJANDRINA

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SENTIMIENTOS DEL ALMA 1944

 

7 de Octubre

 

―Hija mía, la pureza y la candidez de las vírgenes encanta a mi divino Corazón. Me siento bien a la sombra de tu gracia, de tu pureza. ¡Anímate, mi paloma bella! Sólo de una virgen casta y pura puedo quitar tal reparación. Valor, querida, valor, amada, tú no pecas, no disgustas a tu Jesús; estoy contigo a ampararte, está contigo tu Madrecita. Quitamos de ti la reparación que deseamos. ¡Qué alegría y consuelo para nosotros! Tus luchas con Satanás, las permito y las exijo, pero sólo las podía exigir de una virgen como tú, aureolada de la más heroica pureza y virtud.

Mira, hija mía, mira: ofrécelas por los sacerdotes. ¡Son tan pocos en número! Es por eso, mi encanto, que exijo de ti los sacrificios. Anímate con la palabra afirmativa de tu Jesús; no pecas, no me ofendes. Estás en el fuego más fuerte sin quemarte, sin quedar con la más pequeña mancha. Estás en el fuego para apagar las pasiones, vives en el fuego para purificar a otros. Si no fuese por la orden de obediencia que tienes, tus luchas serían constantes. Obedezco a los que tú obedeces, pero necesito, mi encanto, exijo todo esto de ti.

En las horas en que los combates son más violentos y en el que las pasiones tienen su auge. Mira entonces por cuántas almas tienes que reparar, cuántos pecadores pecan contra la pureza con toda su gravedad. ¡Repara, repara! Es en este día consagrado a mi Bendita Madre que tengo estos desahogos contigo.

Dile a tu Padrecito que va a ser puesto al frente de tu alma, que va a retomar su cargo, a llevarte a la entrada del Paraíso y que le mando una inundación de mis gracias, de mi amor. Que se dé enteramente a las almas, que se sienta con las alas sueltas, que vuele, que vuele como una palomita que, después de estar mucho tiempo presa, vuelve pesarosa a su querido nido.

Dile a tu médico que continúe con toda la vigilancia sobre ti: necesitas de ella. Lo escogí para eso, necesito de él para ampararte. Que cuide de ti con todo el cuidado y amor. Que me vea a Mí en ti, que haga de cuenta que me aparecí para él cuidar de Mí. No espero para la eternidad para darle la recompensa. Ya la ha sentido acá en la tierra y continuará sintiéndola.

Dale abundancia de mis bendiciones, de mis gracias, de mi amor para él y para todos los que le son queridos.

Hijita, recibe de tu Jesús y de tu querida Madrecita, valor para las luchas. Ella y Yo nos compadecemos de tu sufrir.

La Madrecita me acarició, me cubrió de besos, me llenó de amor con Jesús y me repetía:

― Valor, valor, hija mía querida y de mi Jesús.

― ¡Jesús, Madrecita, qué dolorosos sufrimientos me pedís! No tengo valor para deciros que no, pero tengo valor para jurarles: no quiero pecar, sólo quiero amaros y daros las almas.

La venida de Jesús a mi corazón, que es ceniza y ya tan deshecha, por poco tiempo hizo brillar la luz y suavizó mi dolor. Estoy siempre tímida y aterrada. Las luchas del enemigo me asustan. Me amenaza descaradamente y me dice:

— ¿Así pecando vas a comulgar? Esto no termina. Dices que amas mucho a tu Madre del Cielo... mira si Ella viene a acudir. Ahora estoy acá yo. Otras veces finge no ser culpable de nada de lo que pasa. Sentado a lo lejos, parece que graba en mi alma su mirar malicioso y intenta aún desde lejos escupirme, pero sus escupitajos no me llegan.

Me desafía diciendo:

— ¿Ves como quieres todo eso?

Aplaude, da carcajadas. En medio de la furia, no sé porqué, de repente se ve obligado a retirarse, aulla muy a lo lejos desesperadamente.

¡Jesús, qué vergüenza la mía! No me atrevo a levantar los ojos hacia Vos. ¡Y Vos sois tan bueno, Jesús! En el momento en que bajas hacia mí, al menos me dejas sentir que la gravedad del mal no es aquel que me parece en la hora del combate y casi todo el resto del tiempo. ¡Qué vida, Jesús! No hay alegría para mí, siempre al vivir recelo de pecar. Vivir sin vivir, sufrir sin sufrir. Sólo Vos comprendéis, mi Jesús, Tenme, aquí me tienes, soy Vuestra víctima.

¿Qué más viene ahora? Mi corazón hace días que siente sobre él un gran asalto. Teme ser aplastado de dolor. ¿Pero si él es ceniza, cómo puede ser? ¿O será esto el resultado de los asaltos del demonio? Estoy pronta, Jesús, abrazo por amor la Cruz.

 

9 de Octubre

El demonio continúa con sus tremendos ataques y mañas infernales. Influenció de tal manera mi imaginación hasta llegar al punto de juzgar que tiene sentido en los mayores crímenes y va repitiendo con satisfacción infernal, acompañada por mirada maliciosa:

— ¿Ves cómo consentiste?

Y a lo lejos, siempre sentado, de pierna alzada, volteando la cara al lado como si tuviese enojo de tal cosa, escupe al suelo y va diciendo:

— Mira a tu Madrecita por quien llamas y a quien dices que amas mucho, mira si Ella viene hacia ti...

Me repite las palabras más indecentes y me habla todo lo que hay de peor: cosas que yo desconocía. En los momentos de mayor peligro, me siento como si despertase de un sueño y es entonces que clamo al Cielo, de alma y de corazón:

— ¡Jesús, no quiero pecar! ¡Ayúdame, ayúdame! ¡No quiero, no quiero ofenderte! ¡Madrecita, ven hacia mí!

Llegué hasta a decir a Jesús:

— Si para no ofenderos es necesario renunciar al Cielo, renuncio, Jesús, de buena voluntad, renuncio a una eternidad de gozo para no tener un momento de ofenderos. ¡Antes el infierno!

Después de horas seguidas, que duran unas veces el día entero o gran parte de la noche, siento mi cuerpo postrado a punto de no ser capaz de que mi hermana me alce para el más pequeño movimiento. Así voy continuando, arrasada, sin señal alguna de vida, mis cenizas desaparecen ahondando momento a momento en la inmensidad del cementerio en que me encuentro. Voy enterrándome y siento sobre mí una montaña bajo la cual penetran también muchas fieras diferentes, pasando sobre las cenizas que van desapareciendo. Entierran en ellas el hocico causando en mí un sentimiento de terror.

Antes de recibir a Jesús estoy en gran tribulación que, causada por el demonio, aprovecha para reprenderme:

— ¿Es así cómo te preparas?

No sé describir la lucha que pasa en mí para tranquilizarme y convencerme de que no doy el consentimiento. Pero Jesús llega a mi cuarto, traído por el sacerdote, y una gran paz vuelve a mi alma, olvidando completamente lo que ha pasado. Poco después regresa la tempestad que no tengo palabras para describir y que mal puedo esconder a las personas queridas, que no quiero ver sufrir por mi causa.

 

11 de Octubre

 

Ayer Jesús, compadecido de mi dolor, trajo junto a mí (al P. Humberto Pasquale) a quien pude abrir mi alma y que yo no esperaba ni había pedido. Me costó mucho, fue un enorme sacrificio hablar y mirando hacia Jesús lo ofrecí por aquellos que ocultas sus culpas por maldad. Lloré lágrimas de alivio y de vergüenza, pero pronto entró en mí una gran paz, desapareciendo de mi alma todas las tinieblas, dudas y todo lo que era dolor. Sentí una fuerza que me hizo levantar, canté a Jesús y a la Madrecita por espacio de una hora y media.

Durante la noche, vi en un grande abismo de tinieblas, un grande número de demonios, vestidos de fuego oscuro, los cuales me miraban con mirada aterradora y amenazadora, pero sin proferir palabras. Por gracia de Dios, la visión duró poco tiempo quedando muy asustada. Al recibir hoy a Jesús, sentí que Él me estrechó fuertemente y me abrasó en sus llamas divinas y me dice:

— Hija mía, prendo tu corazón al mío. Prendo a todos los que te son queridos. Hija mía, da a mi querido Padre Humberto mis continuos agradecimientos. Dile que le doy mi divino amor con toda la abundancia para que él lo dé a las almas y quiero de él cada vez más ansias de darse a ellas por mi amor, porque con eso me consuela mucho-

Hoy me siento más libre de los asaltos del demonio, pero siento en mi alma terribles amenazas. Él está como si estuviera preso y mudo.

Tengo un deseo ferviente de poder clamar a Jesús que lo amo y que sea tan fuerte mi grito que obligase al Cielo a implorar de Jesús para mí el amor que tanto deseo, esto es, el amor con que Jesús es digno de de ser amado. Le encargo a todo el Cielo amarlo por mí.

En los ataques más violentos, cuantas veces me parece consentir en el mal, pero en que el pensamiento y el afecto no se apartan de mi Jesús, me siento estar en un lugar de martirio donde alguien me condena, y a mi cabeza estar separada de mi cuerpo. Y mi lengua, junto a ella, en cuanto mi sangre se derrama por la tierra, va repitiendo: "¡Te amo, Jesús, te amo, te amo, Jesús!"

 

12 de Octubre

 

De mañana, había hecho mi preparación para recibir a Jesús y llegó mi párroco y colocando el Suspirado de mi alma sobre la mesa, después de encender las velas, me dice:

— Aquí tienes a Nuestro Señor a hacerte compañía. Viene el Padre Humberto a dártelo.

Después de que se retiró, una fuerza venido de no sé donde, me obligó a levantarme. Me arrodillé frente a Jesús, me incliné sobre Él. Mi rostro y mi corazón nunca habían estado tan cerquita de Él. ¡Cuánta felicidad la mía, gozar tan de cerca a mi locura!

Secreté con Él muchas cosas mías, de todos los que me son queridos y del mundo entero. Me sentía arder en aquellas llamas divinas. Jesús me habló también.

— Ama, ama, ama, hija mía, no tengas otra preocupación a no ser la de amarme y de darme almas. Donde está Jesús está todo, hay triunfo, hay victoria.

Pedí a los ángeles que vinieran a alabar y a cantarle a Jesús conmigo y canté siempre, hasta que fui obligada por el Padre a irme a mi cama.

Presa y abrasada en el amor divino, comulgué. Momentos después, me dice Jesús:

— Son maravillas, son pruebas dadas por Mí. Hija mía, dile a mi querido Padre Humberto. Fui Yo que todo lo permití. De mi parte, nada más es necesario. Ahora es sólo necesario luchar, luchar, combatir con los ojos puestos en Mí. La causa es mía, es divina. ¡Pobres hombres que inmolan así a mis víctimas! ¡Pobres almas que así hieren mi divino Corazón! Me consuelo en el amor de esta paloma inocente, de esta víctima amada, señora de mis tesoros y de toda mi riqueza.

¡Ven, mundo entero, ven deprisa a beber de esta fuente! Es agua que lava y purifica, es fuego que quema y santifica.

Jesús mío, os amo, soy toda vuestra, soy vuestra víctima, Agradecida...

 (NOTA: En este instante, habido percibido el Padre Humberto que iba a terminarse la comunicación de Alejandrina con Jesús — por haber leído en los éxtasis anteriores que acababan casi siempre con la palabra "agradecida" — rápidamente le pidió para que ofreciese a Nuestro Señor todo su amor y el amor de todas las almas que le son queridas y que le son confiadas. Se vió entonces a Alejandrina radiante, como si transbordada por alguna cosa, y: "Acepta el amor del Padre Humberto y de todas las almas que le son queridas. Acepta el amor del Padre Humberto y de todas las almas que le son confiadas. Acepta el amor de todas las que me son queridas y del mundo entero.

— Recibí toda la oferta.

 —Agradecida, mi Jesús !)[1]

No fue muy duradera la paz de mi alma, regresé a la cruz, a los dolores y a las tinieblas y dudas que me atormentaban. Levanté los ojos hacia el Sagrado Corazón de Jesús y le dije:

— Confío, confío em Vos. Bien sabéis que no quiero engañar a nadie; ¿podéis consentir que yo me engañe o engañe a alguien? Vos no me engañáis. No soy digna de Vuestro amor, no merezco ser Vuestra hija, pero lo soy, Madrecita, y sólo a Vos quiero y a mi Jesús.

Mira, mi Jesús: Aunque todos los que están a mi lado me despreciasen y me abandonasen, convencidos de que yo estaba equivocada y yo no tuviese a nadie, nadie por mí, aún así confiaba en Vos. Os juro, os juro, mi Jesús. ¿Y si Vos por mí, quién contra mí? Madrecita, ve mi dolor y compadécete de tu pobre hijita

Pasaron las dudas y quedé siempre sumergida en el dolor y en las tinieblas. Poco después del medio día, una onda de frescura pasó por mí, refrescando mi alma y todas las cenizas de mi cuerpo. Gocé de una gran paz y suavidad. No sé bien de cierto, pero tal vez fue por espacio de dos horas.

al aproximarse la noche, volví a sentir lo mismo, esta vez por menos tiempo. ¡Cómo Jesús y la querida Madrecita miran por mí, tomando y caminando con mi cruz! ¡Bendito sea el amor del Cielo!


[1] “En el cuaderno original no consentí que Deolinda escribiese estas palabras del éxtasis porque eran dirigidas a mí. Lo hago hoy, por obligación de conciencia. Las escribí en el mismo momento del éxtasis. Alejandrina sólo hablaba en los éxtasis de los viernes y de los primeros sábados. Se dió aquí una excepción que mucho me admiró e impresionó, porque me pareció una respuesta a un pedido que hice a Nuestro Señor, a quien rogué darme una prueba de que la causa que yo defendía como divina en una relación al Señor Arzobispo era verdaderamente tal. Alejandrina ignoraba este pedido hecho por mí el día anterior"”.  — In fide Sacerdotis.
Balasar, 3 de Septiembre de 1965. P. Humberto M. Pasquale, Salesiano.