COLOQUIOS
DE LA BEATA ALEJANDRINA
I
Las conversaciones
que llenan las páginas de los “Sentimientos del alma” ocurrían
principalmente los viernes, pero también los había con regularidad
en
los primeros sábados de mes. Teniendo en cuenta el día en que se verificaban, se
decía “conversaciones o coloquios de los viernes” y “coloquios de los primeros
sábados de mes”, dichas conversaciones tenían características propias.
En la segunda mitad
de 1953, existieron los “coloquios cantados”. En esos éxtasis públicos, la Beata
Alejandrina, de improviso cantaba en los diálogos entre Jesús y ella.
En 1954 y en 1955,
existieron unas “conversaciones de fe”, llamadas así por ser entonces puesta a
prueba la fe de la Beata, que era atormentada por las dudas más angustiantes.
Los coloquios que
se transcriben en este documento fueron seleccionados al azar, teniendo el
cuidado de que la selección ejemplificase cada uno de los grupos mencionados.
Los textos fueron
dactilografiados por el Padre Ettore Calovi SDB.
Se optó por dar un
título a cada uno de los coloquios, retirando las frases dirigidas por Jesús o
Nuestra Señora a Alejandrina.
Para entender mucho
de lo que exponemos, se debe tener en cuenta sobre todo la importancia que es
preciso atribuir al alma víctima, por eso la Beata repetidamente declara: “Soy
vuestra víctima”. Nótese como el Padre Pinho tituló la primera obra que le
dedicó como “la Víctima de la Eucaristía”, estando también la idea de víctima en
el título de su segundo libro, “En el Calvario de Balasar”.
8 de diciembre
de 1944, viernes (viernes de la Inmaculada Concepción)
Hija mía, vengo
junto con mi divino Hijo, a hacerte entrega de la humanidad y encerrarla en tu
corazón.
Aún lejos de rayar
el día –día trascendental para mí- comencé a rezar mis oraciones y a prepararme
para la visita de Jesús. No podía rezar, estaba llena
de
pavor, sobrecargada de vergüenza, de dolor y de humillaciones. Mi honra era
llevada de casa en casa, de calle a calle, sufría en lo más íntimo de mi alma,
lloraba para dentro, para dentro suspiraba. Me abrumaba el peso de mis
humillaciones.
¡Dios mío, que
dolor tan íntimo y tan profundo! Era como un dolor infinito. Yo no era capaz de
ver hasta cuando podría parar.
¿Jesús, como podría
soportar tan grande martirio? Si Tú me faltaras, no resisto, muero
inmediatamente.
Con este dolor no
puedo tener un momento de alegría, ni puedo recordar el día que es, el día de la
Madrecita, día tan predilecto, día de la Inmaculada Concepción.
Jesús, pobre de mí,
¡no puedo estar así!
Vino Jesús, me
olvidé de todo con el calor de su amor divino, me acarició y me dice:
— Hija mía, tu
dolor es dolor de salvación. Ese mar inmenso de sangre que continuamente
derramas en tu corazón es donde son inmersos los pecadores. Es en la sangre de
tu dolor que ellos son purificados, es la sangre de la nueva redención.
Tú eres la segunda
arca de Noé, en ti guardo a los pecadores, en ti, como en esa arca, guardo todo
para la vida del mundo nuevo.
Tu dolor, tu
inmolación es dolor y humillación de tu vida, más para las almas que para los
cuerpos. Valor, hijita, nada temas.
La lluvia que cae
sobre la nueva arca no es de condenación, es de salvación: es lluvia de
humillaciones, desprecios y sacrificios. El arca no está en peligro, navega en
las alturas. Una vez que bajen las aguas de la persecución, verá el mundo la
riqueza que contiene que es de salvación.
Hijita, amada
querida, Yo no estoy solo, está conmigo mi Madre bendita, escucha lo que ella te
dice.
Jesús a la
izquierda, la Madrecita a la derecha, me tomó en su regazo, me apretó
fuertemente en su sacratísimo Corazón, me cubrió de caricias y me dijo:
— Hija mía, vengo
con mi divino Hijo a hacerte entrega de la humanidad y a encerrarla en tu
corazón, quedan las llaves con tu Jesús y tu querida Madrecita.
Te di mi santísimo
manto y mi corona de reina: fuiste coronada por mí, eres reina de los pecadores,
eres reina del mundo, escogida por Jesús y por María.
Hoy, día de mi
Inmaculada Concepción, te hacemos entrega de tu reinado. Empieza el tuyo desde
hoy, guíalo, gobiérnalo y guárdalo. Guárdalo en la tierra, así como lo guardarás
y gobernarás después en los cielos.
Escogí este día que
es guardado en mi honra, para que en unión conmigo sea festejado el día en que
te entregué el reinado de la humanidad.
Conmigo serás
alabada por el mundo cuando se tenga conocimiento de esto.
Sentí como si me
abrieran el pecho y dentro del corazón. Fue abierto por Jesús y por la
Madrecita. Después depositaron algo y cerraron el pecho, lo cerraron con llave,
primero la Madrecita y después Jesús. Soplaron blandamente y dulcemente lo
calentaron. Después quedé entre Jesús y la Madrecita, como en medio de una
prensa, de tanto que me estrechaban entre sus Corazones divinos, me parecía que
no podía resistir a tanto amor, e iba a morir en aquellas dos llamas divinas.
Una vez la Madrecita y otra vez Jesús, unieron sus labios a los míos, soplaron y
me dieron su vida divina. Y la Madrecita continuó:
— Hijita amada,
querida de mi Jesús, recibe la vida de quien vives, recibe la vida del Cielo,
recíbela y dala a las almas.
Y continuó Jesús:
— Mi palomita
bella, blanco lirio, azucena pura, estrella cintilante que cintilarás noche y
día para ser la luz y la guía de los pecadores. Para ser luz y guía de cuantos
me quieran seguir y amar con el amor más puro y fuerte: valor, hijita, no temas
a la guerra del mundo, te espera el Cielo para abrazarte, te espera el Cielo
para guardar en él el mayor tesoro que tengo en la tierra. Eres de Jesús, eres
de la Madrecita, te espera toda la corte celestial.
¡Oh, Concepción
pura, Madre de Jesús,
Guarda mi cuerpo clavado en la cruz?
Clavado en la cruz, a la cruz abrazado,
Guárdalo, Madrecita,
Oh, Concepción pura, Madre de mi Esposo amado!
Recibí nuevas
caricias de Jesús y de la Madrecita, les hice la entrega de mí misma y de todos
los que me son queridos y por fin del mundo entero, incluyendo también a los que
me hacen sufrir.
Madrecita, te hago
entrega de la humanidad, guárdala, que es tuya, sálvala, sólo tu puedes.
Me avergüenza que
me hayas entregado el mundo, ¿Qué puede esta miseria sin tu protección?
Jesús, Madrecita,
me entrego a ustedes como el soldado que quiere combatir y defender vuestro
reinado. Quiero luchar, quiero obedecer: manden, yo con vuestra gracia todo
cumpliré, seré fuerte. Con la gracia y fuerza de lo Alto será salvado el mundo.
Me costó mucho
desprenderme de Jesús y de la Madrecita. Unida a ellos, vencía al mundo, nada
temía, ahora todo temo, nada puedo.
¡Ay, qué nostalgia
tengo del Cielo! ¿Cuándo iré para allá?
18 de mayo 1945, viernes
Todo será
conocido, mi doctora de las ciencias divinas, todo
será conocido en el libro de tu vida.
Bendeciré al Señor.
Recibí
de Jesús en este bendito mes de la querida Madrecita, además de un cariñito que
vino a abrirme la sepultura y me dio más espinas que vinieron a clavarse en la
llaga de mi corazón siempre sangrante, y así no lo deja nunca cicatrizar, de vez
en cuando es avivado fuertemente.
Bendeciré siempre a
Jesús y a la Madrecita, pero confieso: si no fueran las gracias del Cielo,
habría desesperado y me habría muerto.
¡Qué grande el amor
de Jesús! ¿Cuánto te debo, mi amor! ¡Contigo vencí y venceré siempre! No puedo
tener palabras de quejumbre, más merezco por mi miseria, estoy como la palomita
con el pico abierto, a batir las alas listas a perderse, sin tener donde llegar.
Tengo sed de luz, de consuelo.
Ya que en la tierra
se me obstruyen todos los caminos, déjame, Jesús, déjame, Madrecita, déjenme
entrar en vuestros corazones amantísimos, aunque nada sienta, déjenme al menos
la certeza de que vivo en ellos.
Desde allí, estoy
libre de odios y persecuciones, desde allí estoy cierta de que te amo y no te
ofendo. Si mi cuerpo pudiera esconderse en las tinieblas para no ser nunca más
ni visto ni recordado, así como en las tinieblas fue escondida mi alma, así
moriría, no hablarían de mí, como son los deseos de mi Prelado. Es con todo el
amor que acepto y obedezco sus órdenes. No nace dentro de mí la más pequeña
sombra de odio contra él y contra sus compañeros. Por el contrario decía:
Jesús mío,
compadécete de ellos, no comprenden, no conocen los sufrimientos de mi alma.
Jesús mío, si
pudiese postrarme delante de ti y con las manos levantadas supiera agradecerte
los cariñitos que me das.
Con el corazón
sangrante de dolor, no pude rezar con los labios el "Magnificat", pero lo hice
con el pensamiento.
Jesús, dame fuerzas
para sufrir y no me condenes, porque la sentencia de los hombres nada vale a no
ser para mi mayor martirio.
Fueron los hombres
los que me prepararon el sufrimiento de hoy, pero con esto me parezco más a
Jesús para acompañarlo en el camino del Calvario.
Y allá voy, presa
con unas cuerdas, pero con amor abrazada a la cruz. Soy víctima de las opiniones
de los hombres, soy víctima de las lágrimas de los míos. ¡Si pudiera sufrir
sola!
Bendeciré al Señor,
no quiero perder un momento. Mi mirada continúa sin ser mía. Se quedan llenos de
ternura los dos corazones y más se dejan compenetrar de estas miradas tan llenas
de dulzura y amor. Las miradas no van para todos sin igual, los corazones con su
correspondencia son los que hacen merecer todo cuanto encierran estas miradas.
¡Tendría tanto que
decir sobre esto! Son tantos a los que quisiera atraer y abrazar.
Pero, ¿qué es esto,
mi Jesús? Es siempre la misma cruz. En este conjunto de sufrimientos, mi
calvario junto con el de Jesús, mi corazón oprimido con el peso abrumador del
dolor, se abrasaba, no resistía.
Jesús, ¿podré
vencer? ¿resistiré tanto? Sólo lo podré hacer contigo, váleme. Tengo miedo.
Sentía tanto mi
abandono y el de Jesús, mi cuerpo sangraba, daba sus últimas gotas de sangre.
Y Él vino.
Te amo tanto, hija
mía. Se hice como yo y tu calvario es el mío. Ten valor. Las espinas que te
hieren fueron mías. Las varas que te azotan fueron las mías
y
la cruz también fue mía.
Fue el amor la
causa de las espinas, de los azotes, de la cruz, del Calvario, de la muerte. Me
prendió el amor a la cruz, los sacrificios, hasta el fin de los siglos y tú, mi
palomita bella, fuiste también presa a mi imagen, te prendió el amor a mi Divino
Corazón, te prendió el amor a las almas. ¡Déjate herir, amada mía, cada espina
que te hiere sale de mi sagrada cabeza y de mi Divino Corazón. ¡Tengo tantas!
Jesús me presentó
su sagrada cabeza y su Corazón Divino. Un grande seto agudísimo lo hería, me
enternecí tanto por Jesús y le dije:
— Acepto todo lo
que sea dolor, quiero quitarte todas estas espinas y no dejar ninguna señal de
las heridas. Empecé a quitarle espinas a Jesús, todas las que tenía a mi
disposición y en pocos instantes desaparecieron todas y ni la sagrada cabeza ni
el Corazón Divino quedaron llagados, ni una señal de sangre. Todo desapareció.
— Mira esposa
querida, como tu nuevo sufrimiento cicatrizó todas las heridas que yo tenía.
Valor. Anímate. Yo no te falto.
Dudar de Mí es ofenderme.
Aunque te dijese
que lo que te prometí ya iba a llegar, no te engañaba, no te engañaba aunque
esto se llevase años, pues los años, en comparación con la eternidad,
representar un suspiro. Pero no demoro, confía.
Hija mía, voy a
dejarte un poco más liberada del demonio, para que puedas resistir es preciso
operar milagros. Si supieses que con los combates del demonio, arrancaste tantas
almas de los abismos y las condujiste hacia Mí.
Para resistir tu
penoso calvario, vendré hasta ti muchas veces, pero la mayoría de ellas de forma
silenciosa, son éxtasis de amor, en ellas recibirás siempre toda la abundancia
de mis gracias, de mi ternura y amor.
¡Eres rica de Mí,
eres rica de mis virtudes. Es por eso que tus miradas atraen, tienen cariño,
tienen dulzura, tienen prisiones, tienen amor. Es por eso que tu sonrisa tiene
dulzuras, tiene todo lo que es del Cielo. No vives, vivo Yo. Son medios de
salvación y llamados a las almas.
¿No es por acaso
verdad, hija mía, que Yo, en mi Calvario poseía dos vidas, humana y divina?
Hasta en eso te pareces a Mí, en tu calvario tienes también la vida divina, es
Cristo que está en ti, no temas.
Viene el Jardinero
divino a su jardín a ver las maravillas que operó en él y es el fruto de tanto
cansancio. Viene el Rey al palacio de su esposa, el Redentor divino a su
redentora, a la nueva salvadora de la humanidad.
Mis maravillas en
ti no quedan ocultas, no consiento en que estén escondidas, han de brillar. Son
mi gloria, son la salvación de las almas. Todo será conocido, mi doctora de las
ciencias divinas, todo será conocido en el libro de tu vida.
Tú eres la heroína
del amor, la heroína del dolor, la heroína de la reparación, la heroína de los
combates, la reina de los heroísmos.
Hijita, recibe
consuelo, recibe mi amor divino, cuando vengo a ti en mis coloquios. Me uno a ti
con este amor, vengo a dar vida y consuelo a tu corazón, a ayudarte en tus
tinieblas. Eres mía siempre y Yo siempre habito en ti.
16 de octubre de 1953 – Viernes
Os doy la paz,
hijos míos. Os doy mi amor, todo el amor de mi divino
Corazón
No me muevo, no doy
un paso en mi eternidad. Ella fue y será siempre la misma, está siempre en su
principio. ¡Cuánto dolor, cuantos misterios en esta eternidad! Si supiera hablar
de ella...
Yo sé, yo siento
que en ella está el poder y la grandeza de Dios. Toda la eternidad es de Dios,
toda está basada en Dios. Como Él, no tiene principio ni
tendrá
fin. ¡Cómo es esto grande, Dios mío, como todo esto es grande!
Si mi ignorancia me
dejase hablar, si mi ceguera me dejase ver, si mi inutilidad no me robase todo,
yo podría hablar y guiar, ser útil al servicio del Señor.
Nada soy, nada
poseo, nada valgo, veo en mí el pecado con toda su maldad, soy un mundo de
vicios, soy un infierno de odio y rebelión contra el Señor.
Dios mío, no me
faltes, ay de mí sin tu fuerza, en este estado de alma en que me encuentro.
Sufro el dolor de vuestra pérdida, pero no resisto de mi rebelión y odio contra
Ti. Váleme, mi Jesús, váleme, Madrecita. Sólo con la fuerza y el amor de
vuestros corazones sostiene mi cruz.
Siento que estoy
abandonada del Cielo y de la tierra. Las espinas me hieren, el peso de las
humillaciones me aplasta, me hace desaparecer. Tengo que esconder tantas cosas,
tanto dolor, sufriendo en silencio, sólo con los ojos puestos en Ti y me
abandono en Ti.
No puede ser más
sabio aquel que sabe comprender el dolor. No pude usar de mayor caridad aquel
que se compadece. Señor, Señor, Padre mío, aun sin ningún sentimiento de
esperanza, confío y espero en Ti. Soy vuestra víctima.
Vendí mi Huerto y
mi Calvario. Estos fueron los sentimientos de ayer, cuando estaba postrada en el
suelo del Huerto. Vendí los méritos y la Sangre de Cristo, vendí mi salvación y
fui hacia la perdición.
Sudé sangre y regué
la tierra. Más tarde rasgué mis vestidos y con este gesto, le rasgué el corazón
a alguien que estaba dentro de mí.
Hoy, en el viaje
hacia el Calvario, procedí igual, huyendo de Cristo y vendiendo cuanto era de
Cristo. Su dolor era infinito, y de lejos, muy de lejos, lo arrastré por tierra
y le partí el corazón.
Llegué al final de
la montaña, o mejor, hasta allá llegó mi maldad para crucificarlo. Continué con
mi traición y crueldad. No hizo otra cosa sino golpearlo y ofenderlo. Hasta que
Él expiró, dio la vida por mí. En todo ese tiempo el amor de su divino Corazón
abundó en toda la humanidad.
Quedé también como
muerta, como si mi espíritu se separase de mí. No fue por mucho tiempo, Jesús se
apresuró a darme la vida y me habló así:
— Vine a traer la
paz al mundo. Hijos míos, les doy la paz, les doy mi amor, todo el amor de mi
divino Corazón. Descendí del Cielo, entré en este corazón puro, es puro, porque
posee la gracia y las delicias, porque me deleito en él.
Estén atentos, bien
atentos. Descendí del Cielo, entré en este corazón, no para este corazón, sino
para vuestros corazones.
Es por este canal
que me comunico, es por esta víctima que me doy a vosotros. Descendí para las
almas y no para ti, esposa querida.
Tu coloquio es de
dolor, la vida que te doy es vida de perdón y de amor.
En breve voy a
terminar este prodigio maravilloso, esta riqueza divina. ¡Las almas, las almas!
Felices aquellas que aprovechas las gracias concedidas en este calvario.
¡Las almas, las
almas! Felices las almas que por esta luz se guían y se dejan iluminar. Si mis
coloquios fueran nada más para ti, sólo a ti te hablaba como hice en los primero
años de vida íntima, de unión contigo. ¡Adelante, adelante, heroína, adelante,
loquita de las almas, loca del sagrario, loquita de la cruz!
Valor, el Señor
está contigo, aun que no lo sientas, aunque estés persuadida de que huyó de ti.
Tu vida en la
tierra es para que aureoles tu cruz en el Cielo. Será
cruz resplandeciente, cruz triunfadora, cruz de salvación.
Valor, hija mía, el
final de tu vida en la tierra es para que salves muchas almas. Tu tormento
indecible, tu tormento incomprensible es el bálsamo y la salvación de millones,
de millones de almas, bálsamo para tus llagas, salvación para sus almas.
— Oh Jesús, no sé
como he de vivir, no permitas que pierda la confianza en ti, no me dejes
desfallecer.
Te
consuelo con la salvación de tan gran número de almas que me diste. Soy tu
víctima, no me faltes, Señor. Soy tu víctima, confío en ti.
— Confía, heroína
fuerte, confía, farol del mundo, confía, apoyo de mi Padre.
Has de perseverar
hasta el fin. Te prometí la perseverancia, hoy mismo renuevo la promesa. Has de
perseverar, has de perseverar hasta el fin.
Me escondí en medio
de tus faltas, porque fuiste siempre fiel a mis gracias, correspondiste a mi
amor.
Te crié para las
almas y tu noble misión va a continuar en el Cielo. El fuego de mi amor por ti,
será dado al mundo, aún en el paraíso.
Ven a recibir la
gota de mi divina Sangre. Hubo el choque, el grande choque de nuestros
corazones. Como de costumbre se unieron, el de Jesús al de su esposa y víctima.
La gota de sangre pasó. Pasó el alimento divino que te hace vivir.
Qué haya luz, haya
luz, hágase la luz, oye y atiende el mandato de...
(Con una voz
dulce y fuerte, cantó estas frases con un tono hermoso:)
Al tiempo que yo
toco
Al corazón del hijo que hirió
Y rasgó mi Corazón.
Ven a Mí, hijo,
Ven a Mí, hijo mío,
Ven a Mí, hijo mío,
Ven al Corazón, ven al Corazón del Señor,
Del Señor que es tuyo, que es tuyo...
Jesús. Qué
nostalgia siento, ¿quieres dejarme, amor mío, quieres dejarme de esta forma?
¡Bendito, bendito seas!
— Valor, hija mía,
es una luz, y te será dada al terminar mis coloquios. Valor y quédate en la
cruz, es una prueba de mi amor. ¡Valor!.
Es una invitación
para los hombres, es una luz, para que se haga la luz.
Habla al mundo,
habla a las almas, habla a las almas.
Habla al mundo para
el que fuiste creada, habla a las almas, porque eres la portavoz de Jesús.
Habla al mundo e
invítalo a la penitencia, a la oración y a la enmienda de sus vidas. Habla al
mundo y diles que Jesús quiere reparación.
— Jesús mío, perdón
mi amor, perdón para el mundo, perdón para el mundo. Perdón para el mundo y no
te olvides de mis peticiones y de todas mis intenciones. Perdón, perdón.
Gracias, Jesús,
gracias, mi Amor.
23 de Octubre de 1953 – Viernes
Grita siempre.
Tu grito es el grito de Jesús
Mi grito no sube,
se dispersa en los abismos. El Cielo no me escucha, Jesús y la Madrecita parece
que no quieren socorrerme, pero la justicia de Dios me
aplasta,
viene a castigarme, no tengo donde esconderme, no puedo huir.
Dios mío, escucha
mi grito angustioso, oye los gemidos de mi agonía mortal. ¡Qué pavor, Señor, qué
pavor el de mi alma!
Yo quería huir y no
puedo, por todas partes me cercan negras murallas que llegan desde la tierra
hasta el cielo. Me rodean leones y fieras que intentan devorarme. Estoy en las
tinieblas más negras, en la eternidad más asustadora, eternidad que no permite
que pase ni un momento, tengo que entregarme, estoy vencida, el Cielo no viene
para darme socorro y ese socorro no existe en la tierra.
¡Dios mío, cómo soy
vicio, cómo soy pecado! Jesús, todo mi ser se deshace en la lepra más purulenta.
Qué vergüenza, no puedo verme, soy un mundo de podredumbre, y nada existe en
este mundo. Fueron los vicios los que me redujeron a este estado. No tendré
cura, no hay remedio para mí.
Qué dolor, Señor,
que dolor infinito, pero este dolor es tuyo, no puedo soportarlo, eres Tú el que
sufre. Y yo, en mi inutilidad, no tengo reparación, no puedo apagar y hacer
desaparecer los crímenes de mi vida.
Señor Jesús, así
quiero amarte. Y he de amarte, aun con los sentimientos de los tormentos
desesperadores del infierno y sin sentimiento de que te amo, de que confío y
espero en Ti, de que creo en Ti.
Todo cae sobre mí.
No sé lo que me espera, mi sufrimiento es indecible, pero quiero ser siempre la
víctima de Jesús.
Tuve junto a mí el
santo sacerdote, que durante algunos años fue luz y guía de mi alma (Padre
Humberto, cuyo nombre ella evita mencionar en los "Sentimentos da Alma",
"Sentimientos del Alma", a pedido del mismo sacerdote). Era motivo de
alegría, pero esa alegría era sólo aparente.
¡Cuánto me hizo
sufrir ese encuentro! ¡Tristes recuerdos! Pero sólo mi Padrecito (Padre
Mariano Pinho), el primero que el Señor puso en mi camino, ese no viene.
Los hombres me
prendieron con cadenas muy duras, y sólo la fuerza divina puede quebrarlas.
Este santo
sacerdote celebró la santa Misa. Parecía más un ángel que un ministro del Señor.
Nada de esto me consolaba, todo servía para más y más hacerme desaparecer en el
abismo de mi miseria, de mi nada.
Mi pecho ayer
sirvió de suelo del Huerto. Dentro de mí sentí el palpitar afligido del Corazón
divino de Jesús que Le hacía levantar las costillas y rasgarle las venas. ¡Qué
fuerte sudor de sangre!
Para mí todo esto
fue inútil, para mí no valió de nada el Huerto y de nada me sirvió el Calvario.
No sólo fue
doloroso, fue dolorosísimo, pero, ah, yo no sé si decir lo que fue este viaje.
Mi ignorancia es tal que no descubre un pequeño hilo del velo.
El Calvario no fue
para mí, porque yo lo desprecié, no quise aprovecharme de sus méritos.
Señor, qué
desesperación, qué eternidad desesperante. Quise vengarme siempre de Ti, siempre
blasfemé contra Ti, aún al verte crucificado.
Tú en la cruz,
dando la vida por mí y yo sentía mi lengua maldita y blasfemadora como la de los
condenados al infierno. Tú en la cima del Calvario y yo alejada de Ti, más de lo
que se puede imaginar.
¡Oh dolor, oh dolor
infinito! En este alejamiento continúe mientras Jesús sufría en la cruz su
agonía. No fue por mucho tiempo. Con la resurrección de Jesús tuve mi
resurrección. Su voz divina le habló así a mi corazón:
— Sí, Calvario,
Calvario, hija mía no basta el nombre de Calvario. El Calvario fue para Mí de
muerte y de vida y continúa a serlo para ti a semejanza de tu Dios y Señor. Morí
y di la vida al mundo. Tú mueres y das vida a las almas. Mi Calvario es tu
calvario, pero calvario de vida, de toda la vida.
Habla, hija mía,
habla en tu calvario, grita, grita siempre. Tu grito es el grito de Jesús.
¡Quiero almas,
quiero almas, quiero almas! Las veo huir y mi dolor es infinito.
Habla a las almas,
habla a las almas, habla al mundo.
Los previne de los
castigos, de la justicia del Señor.
Lo que el mundo
tiene que sufrir. ¡Oh, como va a ser rigurosamente castigado por la justicia
divina! Tanto invité, tanto avisé, tanto lo llamé...
Mi invitación, mi
llamado, mi aviso no fue escuchado. ¡Ah, si hiciera penitencia, si se
convirtiera!
— Oh Jesús, mi
dulce amor, no te olvides que eres Padre. Oh Jesús, mi dulce amor, llama más,
invita, invita siempre con tu invitación amorosa.
Oh, no sé lo que
presiento, Jesús. Yo no sé que cae sobre mí. Venga lo que viniere, sea lo que
fuere. Yo soy y siempre seré vuestra víctima, pero te pido, mi Jesús, con toda
mi alma, con todo mi corazón, perdona, perdona, perdona.
Ay, haz que el
mundo se convierta. Si no proteges los cuerpos de la justicia de vuestro Divino
Padre, protege al menos a las almas de las penas del infierno. De lo que vendrá,
Jesús mío, estoy aterrorizada.
— Valor, adelante,
esposa mía. Es tu misión que debes desempeñar, tu misión de víctima, tu cruz que
debes soportar.
Hija mía, hija mía,
las almas son tuyas. Sólo a costa de dolor y de sangre, sólo a costa de la
propia vida las puedes salvar.
Haya luz, hágase la
luz.
Hija mía, querida
esposa, flor eucarística, ten valor. Todavía no es hoy cuando te voy a dejar de
hablar, finjo que voy a dejarte.
— Jesús, siento
como si fuese hoy la despedida. ¡Tengo mucha pena, tengo mucha pena! Fue por el
tiempo que parecía que te aborrecía.
— El mundo, el
mundo necesita de este martirio doloroso, de ti, es penosísimo, penosísimo, hija
mía, pero es de gran mérito, el mayor mérito.
Yo vendré siempre a
darte la gota de mi divina Sangre, pero te prevengo, vengo a darte consuelo, sin
que tu sientas ni el más mínimo.
Tu coloquio conmigo
va a ser un coloquio de fe. Cree, cree sin alegría. Cree, cree sin consuelo.
Cree, cree, que yo estoy contigo.
— Sea hecho, Señor,
sea hecho, Jesús, sea hecho, mi amor en toda vuestra divina voluntad. Sed mi
fuerza, sedlo.
— Ven a recibir la
gota de mi divina Sangre.
Hubo la unión de
nuestros corazones, los dos en un solo corazón. La gota de sangre pasó.
(Después de
esto cantó:)
— Ven, hijo mío,
Toma tu cruz.
Ven, hijo mío,
Sigue mis pasos.
Toma tu cruz,
Ven a pedir perdón,
Ven a pedir perdón
A tu Jesús, a tu Jesús, a tu Jesús.
— ¡Cuantas veces te
ofendí, Señor!
— ¡Cuantas veces te ofendí, Señor!
Aquí estoy a tus
pies,
Aquí estoy a tus pies,
Contrito y humillado, Jesús.
¡Perdón, perdón,
perdón, Señor!
¡Perdón, perdón, Padre mío, Padre mío
y mi Creador!
— Ve en paz, hija
mía. Quédate en tu cruz. Invita, invita a las almas. No te canses, hija mía. Tu
fin está cerca. ¡Valor, valor!
— Gracias, gracias
mi Jesús. No te olvides de todo lo que te he pedido. Perdona, perdona al mundo
entero.
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