CAPÍTULO II

La estación de los ramos floridos

“Sobre mi lecho de dolor tuve muchos momentos de desaliento, pero ninguno de desesperación” –dejó escrito Alejandrina. Sentía inmensa nostalgia de las flores y de la iglesia. Cuando había ensayos de canto, las dos hermanas quedaban tristes: Deolinda por tener que dejar a Alejandrina y esta por no poder acompañarla.

Al principio, la doliente procuró distraerse: invitaba a las amigas para que fueran a jugar cartas con ella. Rezaba, para alcanzar de Dios su curación, prometió ofrecer todo su oro, vestir de luto por toda la vida, cortar su lindo cabello.

La madre, la hermana, las primas alternaban novenas y promesas para obtener la gracia, pero Alejandrina empeoraba: más de una vez le administraron los últimos Sacramentos.

Curvada en el dolor

Con la pérdida progresiva de las fuerzas, renunció a los fútiles pensamientos con que procuraba engañar los días, sentía crecer dentro de sí el amor de la oración y el deseo de unirse a Jesús Sacramentado.

En 1928 se organizó en la feligresía una peregrinación a Fátima, Alejandrina sintió renacer el deseo de curar y la voluntad de participar en aquella peregrinación. Pero el médico y el párroco se opusieron firmemente: era imposible aventurarse en un viaje tan largo, cuando le causaban inmensos dolores, solamente con tocarla o voltearla en su pequeño lecho.

“Mi querida Madrecita”

Quería poseer una estatuita de Nuestra Señora y comenzó a guardar los tostones, privándose de varias cositas. Algunas personas le ayudaron, algunas le ofrecieron dos pollitos y Deolinda los creo hasta que dieron bastantes huevos. Así compró una imagen de Nuestra Señora de Fátima en una redoma de vidrio y una mesita en forma de altar.

Y durante el mes de mayo, en aquel pequeñito altar junto a su lecho, quiso que abundaran las flores y cuando sus medios lo consentían, encendía también dos velas. Escribía las florecillas de todo el mes, que consistían en una oferta de cada día según sus intenciones particulares y extendía su oración a toda su parroquia, las ciudades y aldeas de los últimos confines del mundo.

A fines de mayo reunía sus billetes y escribía una cartita a la Virgen nuestra Señora, en seguida, después de haber colocado todo a los pies de la Virgen María, quemaba la carta y las florecillas.

Pero la carta de 1935 escapó a las llamas y dice así: “¡Madrecita, vengo humildemente a ofrecerte en tu altar las flores espirituales que cogí durante este mes, me siento confusa y llena de vergüenza. ¡Qué miseria! En que estado te las presento, están tan secas y deshojadas, pero tú, Madrecita del Cielo, puedes hacerlas sonreír.

Madrecita querida: en el último día de tu santo mes, como no tengo nada más que darte, te ofrezco mi cuerpo y te pido que lo guardes o que lo tomes en tus brazos, como tomarías también a una hija muy querida.

Bendíceme. Pide a Jesús que me bendiga; que la Santísima Trinidad me bendiga.

Adiós, Madrecita y perdona todo.

Al principio del mes de mayo, hacía esta consagración a Nuestra Señora: “Madre de Jesús y mi Madre, escucha mi oración. Te consagro mi cuerpo y mi corazón, purifícame, Madre Santísima, lléname de su santo amor, colócame junto a los sagrarios de Jesús, para servirle de lámpara mientras dure el mundo. Bendíceme, santifícame, querida Madre del Cielo”.

Amor a los Sagrarios

Un día estando sola en su cuarto, había paz y silencio, entonces su pensamiento voló hasta el sagrario y para explicar su afecto a Jesús, escribió en un papel esta aspiración de amor:

“Mi buen Jesús, tú estás prisionero y yo también lo estoy. Los dos estamos prisioneros. Tú estás prisionero por mi amor, y yo estoy prisionera en tus manos. Tú eres Rey y Señor de todo y yo, por el contrario, soy un sencillo gusano de la tierra. Te dejé en el abandono, pensando sólo en este mundo, que es la ruina de las almas, pero ahora, arrepentida con todo el corazón, sólo quiero lo que Tú quieras, quiero sufrirlo con resignación, Jesús, no me prives de tu amor y de tu protección”.

En la tapa de un viejo libro trazó estas palabras: “Con el espíritu en los sagrarios, querido Jesús, yo quiero visitarte en tus tabernáculos pero no puedo, porque la dolencia me ata en mi lecho de dolor, sea hecha tu voluntad; pero al menos, Jesús mío, haz que no pase ningún momento sin que yo vaya en espíritu a las puertas de tus sagrarios a decirte: “Jesús mío, yo quiero amarte, quiero abrasarme en las llamas de tu amor, quiero suplicarte por los pecadores y por las almas del Purgatorio”.

Y hacía esta dulce oración: “Oh suave melodía, Virgen María, te suplico por tus dolores: lleva mi alma hasta Jesús”.

Un salmo poético

En el norte de Portugal se encuentra la asociación religiosa de “Marías de los Sagrarios”, correspondiente a las “Lámparas vivas” que existen en Italia. Con mucho entusiasmo, Alejandrina se inscribió a las dos asociaciones. Y estaba muy contenta.

Para este fin, todas las mañanas rezaba una oración:

”Oh Jesús, aquí está tu Madre, escúchala, es Ella la que te va a hablar de por mí. Y tú, querida Madre, ve a darle besos en los Sagrarios, una infinidad de besos y de abrazos, una infinidad de ternuras y caricias, todo por Jesús eucarístico, todo por la Trinidad santa, todo por ti, querida Madre. Multiplícalos, dalos llenos de un amor puro y santo, de un amor sin medida, de una nostalgia infinita, por no poder moverme y llegar a tus Sagrarios”.

“Oh Jesús mío, quiero que todos mis dolores, todas mis palpitaciones, toda mi respiración, todo el instante de este día

– sean actos de amor por tus Sagrarios.

Quiero que todos los movimientos de mis pies, de mis manos, de los labios, de la lengua, de los ojos, toda las lágrimas o sonrisas, toda la alegría o la tristeza, toda la tribulación, toda la distracción, todas las contrariedades o los disgustos

– sean actos de amor por tus Sagrarios.

“Quiero que todas las palabras de las oraciones que recé y oiga rezar, toda las palabras que pronuncie y oiga pronunciar, todo lo que lea y oiga leer, que escriba o vea escribir, que cante y oiga cantar

– sean actos de amor por tus Sagrarios.

Quiero que todos los besos que de a tus imágenes y a las imágenes de tu y mía querida Madre, y de tus santos y santas

– sean actos de amor por tus Sagrarios.

“Oh Jesús, quiero que toda las gotas de lluvia que vienen del Cielo hasta la tierra, que toda el agua del mundo repartida en gotas, toda la arena del mar y todo aquello que el mar encierra

– sean actos de amor por tus Sagrarios.

“Te ofrezco las hojas de los árboles y los frutos que contienen, las flores deshojadas pétalo a pétalo, los granos de las simientes que existen en el mundo, todo aquello que hay en los jardines, en los campos, en los valles, en los montes: todo te lo quiero ofrecer

– como actos de amor por tus Sagrarios.

“Oh Jesús, te ofrezco el día y la noche, el calor y el frío, el viento, la nieve la luna y sus rayos, el sol, las estrellas del firmamento, mi dormir y mi soñar

– como actos de amor por tus Sagrarios.

Cuando escribió este “himno de alabanza”, Alejandrina tenía 27 años, su alma estaba en la estación de los ramos en flor.

Tres años después, en 1934, Jesús le habla y le dice: “La misión que te confié son mis Sagrarios y los pecadores, fui Yo el que te elevé a tan alto grado, fue mi amor”.

   

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